Baofu shehui: la venganza mortal de los socialmente frustrados

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Hace apenas tres días, una pareja de estudiantes de la Universidad de Jilin (noreste de China) fue apuñalada por un joven desempleado de 25 años que deambulaba por el campus con un cuchillo y un martillo. Después de llevarse la vida del chico e infringir heridas de gravedad su compañera, el atacante no intentó huir y fue rápidamente apresado por la policía, a la que expresó que no quería vivir y que, por favor, fuese sentenciado a muerte.

El suceso apenas hubiese cobrado transcendencia en uno de los países con menor tasa de muertes violentas, si no fuese por el hecho de que la policía ya lo ha etiquetado como un nuevo caso de venganza contra la sociedad (baofu shehui 报复社会), un tipo de motivación criminal que preocupa a cada vez más expertos dentro de China.

Las heridas y cicatrices dejadas por este fenómeno social se esparcen por todo el país en patrones que delatan la presencia del efecto llamada y que vienen repitiéndose de forma periódica desde el pico que se produjo entre los años 2010 y 2012. En aquel periodo tuvieron lugar al menos 10 casos que dejaron un total de 25 víctimas mortales y 115 heridos, la mayoría de ellos niños y estudiantes jóvenes.

La forma en que se llevaron a cabo estos ataques puede resultar similar a las de otros asesinatos en masa tristemente célebres en centros de enseñanza de los Estados Unidos o de Europa, aunque, de acuerdo con un artículo de Hans Steinmüller y Wu Fei, los casos chinos cuentan con ciertas características diferenciadoras, como las armas con las que se llevan a cabo (debido a un mayor control de las armas de fuego) o la edad de los autores, mayor que la de sus homólogos occidentales.

De acuerdo con los expertos, el denominador común de la mayoría de los autores es la sensación de fracaso, frustración y depresión en circunstancias de rápido cambio social.

No en vano, varios de los atacantes analizados en su estudio comparten la pérdida de estatus económico y social, como en el caso del primer asesino, Zheng Minsheng, que pasó de ser un respetado cirujano a perder su empleo después de un cambio sustancial en la administración de su hospital. Por su parte, Wang Yonglai, un campesino de origen humilde, llevó a cabo sus agresiones y se inmoló tras haber perdido su nuevo hogar en una disputa con las autoridades locales.

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Muchos periodistas, escritores y blogueros chinos, entre ellos el célebre Han Han, han discutido sobre los motivos de esta nueva epidemia, señalando a la corrupción política como uno de sus principales detonantes y cuestionando la capacidad de los agentes de la Estado para proteger a la población de este tipo de riesgos. Sin embargo, según Steinmüller y Wu, la clave para comprender la razón de ser de este fenómeno se halla en las relaciones entre la familia, la sociedad y el Estado.

Los investigadores sociales llevan ya más de un siglo discutiendo sobre la particular configuración de estos tres elementos en China, aunque la mayoría de ellos coinciden en que el concepto chino de sociedad muestra serias flaquezas frente a un “familismo” omnipresente y un Estado acostumbrado a gobernar desde la imagen de un gran padre.

Muy probablemente, la principal ruptura en esta fórmula sociológica de China se produjo durante los años de la Revolución Cultural, cuando Mao Zedong animó a los jóvenes a cuestionar y llevarse por delante todo lo que oliese a tradicionalismo anti-revolucionario, incluidas las grandes familias que todavía ejercían una poderosa influencia en la forma de entender las relaciones entre padres e hijos, entre amos y sirvientes, y también entre vecinos.

Desgraciadamente, las relaciones entre vecinos fueron las que más sufrieron durante aquel periodo dominado por el miedo a los chivatazos y a las acusaciones falsas, que solían pagarse con altas dosis de humillación pública, torturas e incluso la muerte. Si a ello sumamos el control que el PCCh sigue ejerciendo sobre la libertad de asociación, nos encontramos con una sociedad en la que las posibilidades de sus miembros dependen básicamente de su red de relaciones familiares e inter-familiares y de su posición en la estructura meritocrática de un Estado todavía muy afectado por la corrupción.

Esta situación se hace especialmente patente durante la universidad, cuando los estudiantes se encuentran a sí mismos estudiando lo que sus padres y sus relaciones determinaron adecuado, y cuando se presenta la posibilidad de ingresar en el partido, paso de vital importancia a la hora de aspirar a una carrera en la administración o el gobierno, los sectores favoritos de la población desde que China es China.

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Ahora bien, ¿qué ocurre cuando otro familiar se acaba llevando ese puesto prometido durante años?, ¿quién sale a defenderles cuando las oposiciones resultan ser un fraude? Es entonces cuando la “sociedad”, eso que debería existir entre y más allá de linajes y cargos del Estado, se revela no ya como una jungla, en términos de Steinmüller y Wu, sino como un simple vacío en el que nunca suena el eco de nuestras quejas y objeciones.

De ahí que la agresión se produzca “contra la sociedad”, ese supuesto propagandístico que les ha fallado y al que se intenta despertar atacando justo allá donde las familias depositan toda su esperanza: los niños y jóvenes, la gran mayoría de los cuales -no olvidemos- son hijos únicos.

Obviamente, este esquema no es suficiente para explicar la sangrienta conclusión de sujetos como Zheng Minsheng, pero constituye un marco de riesgo para personalidades que no hayan desarrollado la disciplina, paciencia y sumisión que inculcan los padres y la escuela desde una temprana edad, o para aquellos que padezcan ciertos trastornos psicológicos, como en el caso de varios de estos asesinos y agresores.

Finalmente, no conviene pasar por alto las similitudes entre algunos de estos crímenes de venganza contra la sociedad y ciertos actos terroristas, aunque en los primeros no parece mediar ninguna motivación ideológica o política. Es decir, normalmente al hablar de terrorismo aceptamos que detrás de ello existen ciertos objetivos o demandas de un agente social que, no en vano, puede operar a través de los bien conocidos “lobos solitarios”.

Sin embargo, lo cierto es que, ya sea de forma directa o a través de numerosos opinadores y expertos, los vengadores contra la sociedad ya han manifestado su demanda política: acabar con la corrupción. Y aunque sea de forma no organizada, ya cuentan con su propia forma de atacar. El problema, no obstante, sigue en tratar de identificar el agente social, estudiar su razón de ser y evitar más incidentes.

Sea como fuere, al tratar este problema, China tendrá que enfrentarse a dos grandes cuestiones pendientes desde el origen de sus procesos de modernización. Si resulta que los crímenes responden sobre todo a factores psicológicos, habrá que otorgar mayor reconocimiento al individuo como unidad fundamental en el orden social. Si, por el contrario, se apunta a los problemas sociales y políticos como detonante, el PCCh tendrá que pensar en vías para garantizar mayores niveles de armonía dentro de esta gran familia de familias.

4 comentarios en “Baofu shehui: la venganza mortal de los socialmente frustrados”

  1. Gracias por el artículo, llegué aquí precisamente después de ver el video donde comentabas este fenómeno, tristemente interesante. Gracias por tu trabajo ❤️

  2. Muy interesante. No obstante debo decir que a veces los números que explican fenómenos, como este, representan a porcentaje tan bajo en un país tan poblado que hay que relativizar algunas cosas. si agarrásemos mil millones de habitantes de una cantidad de países de otro lugar, quizá encontremos fenómenos parecidos solo que no se los contaba porque estaban a lo largo de varios países. Pese a este comentario, este fenómeno es interesante en sí.

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